Por: Alfredo Jurado
Caminando
en la nada, a mi alrededor se esparcen en coloridos y fugaces halos, aquellos
recuerdos tan distantes que hacen pensar en todo lo acontecido en la vida. Son
borrosos y casi indistinguibles, pero sé que son recuerdos, pues en mí hay algo
que dice: “los conoces, los has vivido”. ¿Qué otra cosa pueden ser sino sólo
eso? Pero incrédulo y encantado por ellos, los sigo y me pierdo en el vasto montón
sin fin de un universo carente de “algo”, pero paradójicamente llego a un punto
en donde la sensación que viene es abrumadora y donde por fin los recuerdos se
esparcen y se pierden. Llego al abismo, a un paso de caer en él. Un abismo tan
inmenso y profundo, que no ha visto nunca luz alguna. Me asomo y lo que se
representa ante mis ojos es más “nada”. Pero una nada obscura, abrumadora,
angustiante, imposible de explicar. Al otro lado yace el otro borde sin fin
aparente, que se extiende más allá de donde alcanza la vista. Presiento que, si
debo llegar, tendré que saltar a lo profundo. Viene a mí la cuestión de cuál
será el verdadero futuro de este ser tan lleno de cuestiones varias: ¿será el
abismo el futuro, o será el otro lado el “futuro”? Mi no creencia en el destino
hace entonces que reflexione sobre todo. Vuelvo a pensar en los recuerdos y en
las enseñanzas que éstos poseen. Aquí ya no valen nada la valentía y la
cobardía. Son carentes de sentido, interés y necesidad. Ahora lo que se
necesita es inspeccionar la vasta alma y pensar en todas aquellas enseñanzas
que han brindado aquellas reminiscencias del pasado muerto ya, que paren al
presente y esperan el futuro. Respiro, levanto la mirada con esperanza, doy un
paso.
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