martes, 1 de agosto de 2017

Lo justo y preciso

Por: Alfredo Jurado


Resulta incómodo. No por nada, cuando se nos pide confesarnos en una Iglesia, en frente de la feligresía (de la que solemos ser parte), nos preguntamos y decimos a quien dirige la misa: “Es justo y necesario”. Sin querer entrar en temas esotéricos, lo “justo y necesario” se vuelve imperativo por el hecho de tener que afrontar, aceptar y reconocer errores, desvíos, desaciertos…aceptando el hecho de la rectificación, del volver en nuestros pasos. En definitiva: en ver en nosotros mismos la capacidad de errar, de transgredir…de fracasar. Y por dicho fracaso, necesitamos recapacitar, recapitular, volver a hacer las cosas (aquel dicho de “el flojo trabaja doble” tiene su sentido), que en muchos momentos resulta tedioso y agotador…aquí el tema del tiempo juega un papel importante supongo. Lo cierto es que, así nos parezca tedioso y doloroso, está ya depositada en nosotros la tarea de reiniciar y hacerlo todo mejor. Y aquí entro en el tema de lo “preciso”. Aunque digamos justo y necesario debemos también caer en cuenta en lo que es lo “preciso”. En lo personal, pienso que lo preciso viene en concordancia con el momentum, a ese instante particular en el cual, luego de él, no hay marcha atrás, todo cambia, en síntesis: un punto de inflexión. Si acaso desechamos ese momento, quizás y estemos perdiendo una valiosa oportunidad que en definitiva cambia nuestra perspectiva del mundo en general. Eso que es preciso, a veces llamado “lo justo”, pretende dejar una importante lección en nuestro ser que no debemos desdeñar. Así, y dependiendo de cómo y de quién venga, lo preciso se vuelve un mandato de acción, o un castigo de transgresión, puesto que determina el resto de las acciones por venir. Y dichas acciones también responden a otra máxima: para después será peor. Es decir, aprovecha el tiempo, o si no, la lección dejada y aprendida; pero no es aceptable ni menesteroso prolongar lo inevitable, procrastinar es un delito, que el juez del tiempo castiga sin impunidad.

martes, 25 de junio de 2013

Otro sin título



Por: Alfredo Jurado
No sé cómo describir esto que voy a decir ahora, porque todo el tiempo pasa y ha sido recurrente en muchas ocasiones y ha pasado más en los momentos de más esplendor que he podido vivir. No deseo volver a caer en el mismo hoyo sin fondo que me atrae en cada momento y que hace que uno reconsidere, significativamente, el valor que tiene la soledad menos preciada en algunos momentos. Basta decir que, las partidas duelen; duelen sobre todo cuando el valor emocional y afectivo es muy grande y cuando la partida corresponde a varios… Uno no muere porque alguien se vaya, o bueno, puede “morir” en su interior y siente que algo ya no podrá estar ahí nunca más “algo” porque “murió”…pero uno en sencillas palabras no muere. Llega a deprimirse bastante, eso sí, y es una depresión que, dependiendo de la persona, será duradera o acabará con la frase: “por lo menos sé que está mejor”. La realidad es que las despedidas duelen y verse marchar a alguien es terrible, porque se sufre lo que todo ser humano sufre: el tiempo. El tiempo es lo que definirá muchas cuestiones cuando el reencuentro, porque se estará tentado con comparar el pasado con el futuro, en un presente ya muy difuso y cuasi alterado, en tensión entre aquello que fue y aquello en lo ha sido ahora. No debería caber la desesperación en un corazón a causa de una ida; no “debería”, pero ocurre. Quizás lo más duro de afrontar una perdida, es porque se entiende, como si fuera una novela, que la parte que a uno le corresponde representar en esa historia, ya ha terminado y quizás no vuelva a aparecer…es frustrante, pero quizá, sólo quizá, valga la pena tener una vaga esperanza.

Hablando por hablar (3er escrito surrealista)



Por: Alfredo Jurado
Porque, no es que no te quiera escribir; no es porque no sienta que no te deba escribir; no es ni siquiera que no quiera que tu sientas que te falta que te escriba…es simplemente que...hay tantas cosas que se deben decir, como tantas que hay que callar. Porque, hay tantas noticias que dar, como tantas otras que se deben censurar. Siempre habrá razones, razones “infinitas” que servirán de puro parloteo y de pura excusa vaga que nunca llegarán a algo en concreto porque no tienen ni pies ni cabeza para que sean tomadas en cuenta como algo cierto o real… La verdad; bueno, la verdad es que…no sé, ¿qué es la verdad? Acaso leyendo a Platón o a Descartes la has encontrado; o quizá te desdichó leer a San Agustín y a Ortega y Gasset. Supongo que todos ellos tienen sus concepciones apoyadas en las concepciones de otros muchos que piensan sobre las concepciones de mil y un maestros más que nos querían y quieren decir algo trascendental, y que seguramente lo han logrado, no lo dudo, pero son cosas que simplemente no hemos internalizado "muy bien" que se diga… Sí, delirar, delirar es algo común en muchos aunque lo nieguen y les desagrade, pero pasa. Porque es una de las formas en que se puede escapar de lo que sentimos nos “atrapa” y una de las formas en que nos sentimos… ¿Sabes? Te he estado hablando por hablar, sin llegar a decirte algo cierto y trascendental…quizás sea un Schelling más que busca argumentarte el por qué Lucrecio estaba mal y cómo dicho error afectó a Confucio en el más allá, sin embargo, siento no he perdido el tiempo, pues logré captar tu “atención”, sin esto querer decir tu “interés”… Ahora, responde y si quieres argumenta bien: ¿de casualidad has visto el cielo hoy y alguna hoja caer?

miércoles, 10 de abril de 2013

El pseudo humano



Por: Alfredo Jurado
Llegan momentos, instantes oleadas, en que no se está; la presencia física queda, pero la esencia no se halla, no está presente. Es un momento en el cual la contemplación de lo infinito no trae ni agravios, ni epifanías ni grandes explosiones de ideas. Es un momento en el cual sólo queda el caparazón y las funciones vitales continúan, sin razón aparente, pero con la simple intención de existir. Se es nada en concreto; se es un idiota con una simple mirada perdida, que divaga de lado a lado, no en busca de algo tan espectacular como para romper con preconcepciones, sino simple pérdida de toda conciencia y estado de presencia. No hay sentir, no hay añoranza, no hay deseos ni esperanzas; no hay dulces ni dolores; no hay algo, sólo queda nada… Son momentos que pasan tan fugazmente como vienen; pero la relatividad del tiempo, hace que parezca ese estado de “no-presencia” un período largo que al volver uno en sí, lo que queda es desorientación.

El humilde y siempre cordero



Por: Alfredo Jurado
Un líder no nace, se hace. Siempre querremos ser líderes; ambicionaremos el poder, la capacidad de ordenar, de mandar, de imponernos sobre el resto. Un individuo es simplemente un cordero más en un rebaño que se dirige al matadero. Un rebaño que al pasar el tiempo, lo van trasquilando y adecuando, un rebaño que suele extraviarse, como cualquier otro, en su ida hacia un final incierto, pero final al fin (valga la redundancia). La figura del pastor siempre es codiciada, y para intentar igualarla, el rebaño siempre elige al “más apto” entre ellos para que éste dé, represente y cumpla las necesidades del resto, llegando siempre a la ambición de ser “El Pastor”… Ningún cordero puede ser pastor, pero siempre habrá corderos que lo intenten y que serán (guste o no) más que el resto. Es la ambición por ser siempre El Pastor; esa, creo, es la máxima necesidad de todo cordero. ¿Qué es lo que contiene en esencia la figura de un pastor? Contiene atributos elevados, perfeccionados y eternizados. Atributos que cualquier cordero pudiera desarrollar si acaso no estuvieran tan alienados por esperanzas y sueños; deseos y metas casi imposibles de lograr. Enajenan cualquier valor o virtud que puedan poseer y la tergiversan al punto de volverla una de El Pastor…y estos atributos, estos valores magnificados se vuelven entonces el sumo bien y el sumo logro al que aspira “ese cordero”, aquél que se le conoce como “líder”… Con respecto a esto, yo prefiero ser un simple y humilde cordero más del rebaño, un simple cordero que se ha extraviado y que, para su desdicha y preocupación, en este inmenso valle, su pastor no lo encuentra, pero… ¿Quiere este cordero ser hallado; quiere acaso dar lo que sabe que es suyo, al pastor?

domingo, 3 de febrero de 2013

Un mundo sin exquisitez



Por: Alfredo Jurado
Hoy día no puedo entender cómo la gente sigue pidiendo buen trato, cordialidad, respeto y buenas maneras. Cómo se exige una buena atención en sitios públicos: oficinas, restaurantes, ministerios, institutos, etc. El mundo ahora es más desconfiado, más violento, más estresado, más intrincado y más conectado. Ya la vida, de cierta forma hablando, no es tan “llevadera” o ya no es más tranquila, no es más, no lo sé, ya la vida simplemente no es tan… Conozco los estigmas que dejó la guerra fría en las personas: sus actores y público hacen gala del estrés que se tuvo desde 1948 hasta 1991, con todo lo que ella implicó y más: la Revolución Cubana, la Guerra de Corea, Vietnam, Watergate, Nicaragua, Irán, etc., etc., etc. Sus vidas estaban llenas de tantas disputas y tantos ataques internacionales que el sólo abrir de un periódico y ver los encabezados, ya era una locura vivir en esos tiempos. O eras “verde” o eras “rojo”, no había intermedio; o eras “conservador” o eras “renovador”; te adaptabas o morías, así era la cosa (y hoy día la cosa parece seguir así). Ya creían que la humanidad había alcanzado cierto grado de altura, madurez y tolerancia con las llegada de los 90’s y con un futuro prometedor en el siglo XXI…supongo que el errar sigue siendo de humanos tan “avanzados”. Ahora, en estos nuevos tiempos, y pensándolo mejor, no es que tengamos estrés, no…tenemos “terror”; es algo nuevo que se ha agregado a la vida del hombre de este tiempo y que causa estrés y que comenzó en 2001 y se empeora cada vez más y más. Pero con el internet, la UE, Facebook, la Apple, el universo televisivo “sin barreras” y más, parece que, aun en este mundo de terror, la gente no deja de pedir exquisiteces.