Por: Alfredo Jurado
Seres
vacilantes todos nosotros que en momentos esparcimos y liberamos las más
feroces y extasiadas emociones y sentimientos, como así en momentos las contenemos
y retraemos a lo más profundo de nuestros seres. Todo es cuestión de
desesperación causada por la necesidad humana de la liberación, de la dispensa
sin freno y control de todo lo que en nosotros se halla, como así también
sucumbimos a la necesidad de contenerlo todo en nosotros por el temor al daño
ajeno. Seres que buscamos algo que no es intrínseco en nosotros, pero que aún
así, creemos ser los únicos poseedores de eso llamado “ética”, “moralidad”.
Múltiples son las ideas, múltiples las negaciones y las aprobaciones.
Vacilantes, siempre vacilantes entre lo que es liberador y lo que es
contenedor. Algunos desean vivir el pleno libertinaje, la anarquía total de los
sentimientos, como así otros desean el encasillamiento y buen uso de éstos para
fines propios bien llevados. Porque eso somos: seres con rumbo indeterminado
que caminamos por un pasaje ya construido, que se abre ante nosotros entre la
niebla más espesa llamada “incapacidad humana predictiva”, la cual nos mantiene
exentos de aquello que puede ser bueno, como lo que no, dándonos también la
facultad de no saber qué es lo uno o lo otro. Viajamos entre aquello que es lo
sublime, como lo que es común. Y ese continuo y casi eterno “ir y venir” entre
los opuestos de la elevación y de lo inferior hace que pasemos por distintos
estados mentales y sentimentales, que nos desestabilizan todo el tiempo hasta
que llegamos a uno de los dos extremos. Viajeros incesantes vacilantes somos,
aquellos errantes que poseemos una brújula, pero que ésta funciona a ratos, y
muy largos. Sí, somos “eso” inconstante que circula entre el paroxismo y la
apatía.
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