Por: Alfredo Jurado
Vengo
pensando en una conversa que me hubiera gustado tener y no pude. Por ende, he
decidido plasmarlo aquí. Veo que somos seres que estamos llenos de deseos y que
seguimos, de alguna manera, las palabras de Schopenhauer al éste decir: “El mundo
es mi voluntad y representación.” Vemos la vida de diversas maneras y formas.
Le damos matices cálidos, fríos, tétricos o de furor. Esto me hace pensar en
esa típica visión de las oportunidades humanas, en ese vaso que se halla medio
lleno o medio vacío. Esto igualmente me hace recordar de una historia inventada
en torno al vaso en donde se dice que un optimista lo ve medio lleno, un
pesimista lo ve medio vacío; un realista lo ve con líquido dentro de él, un
oportunista se toma el contenido del vaso, pero un cínico introdujo un veneno
en el vaso, haciendo que el oportunista muriera. La moraleja, no me queda
clara, pero no importa. El hecho es que la vida es como ese vaso con ese
contenido dentro de él. Si somos seres que deseamos, que percibimos la realidad
según nuestros propios designios, nuestra voluntad, entonces nosotros somos
quienes llenamos el vaso de cualquier tipo de contenido. Y es nuestro fin
tomarnos ese vaso día tras día tras día, haciendo que acabe y que se vuelva a
llenar. ¿Por qué sobrevienen a nosotros esos dolores, esas penurias, esos
placeres y goces? Porque nuestro vaso se halla con un contenido que nos hace
doler o nos da placer. Es como si tuviera una droga que nos hace reír o llorar,
conforme hayan pasado los días, el tiempo, la vida. En definitiva, hay veces
que deseamos que el vaso esté lleno de más momentos de placer y menos de
penurias. Lo cierto es que no podemos permitir un goce continuo o dolor
perpetuo, como tampoco podemos evitar beber del vaso.
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