Por: Alfredo Jurado
Un
líder no nace, se hace. Siempre querremos ser líderes; ambicionaremos el poder,
la capacidad de ordenar, de mandar, de imponernos sobre el resto. Un individuo
es simplemente un cordero más en un rebaño que se dirige al matadero. Un rebaño
que al pasar el tiempo, lo van trasquilando y adecuando, un rebaño que suele
extraviarse, como cualquier otro, en su ida hacia un final incierto, pero final
al fin (valga la redundancia). La figura del pastor siempre es codiciada, y
para intentar igualarla, el rebaño siempre elige al “más apto” entre ellos para
que éste dé, represente y cumpla las necesidades del resto, llegando siempre a
la ambición de ser “El Pastor”… Ningún cordero puede ser pastor, pero siempre
habrá corderos que lo intenten y que serán (guste o no) más que el resto. Es la
ambición por ser siempre El Pastor; esa, creo, es la máxima necesidad de todo
cordero. ¿Qué es lo que contiene en esencia la figura de un pastor? Contiene
atributos elevados, perfeccionados y eternizados. Atributos que cualquier cordero
pudiera desarrollar si acaso no estuvieran tan alienados por esperanzas y
sueños; deseos y metas casi imposibles de lograr. Enajenan cualquier valor o
virtud que puedan poseer y la tergiversan al punto de volverla una de El
Pastor…y estos atributos, estos valores magnificados se vuelven entonces el
sumo bien y el sumo logro al que aspira “ese cordero”, aquél que se le conoce
como “líder”… Con respecto a esto, yo prefiero ser un simple y humilde cordero
más del rebaño, un simple cordero que se ha extraviado y que, para su desdicha
y preocupación, en este inmenso valle, su pastor no lo encuentra, pero… ¿Quiere
este cordero ser hallado; quiere acaso dar lo que sabe que es suyo, al pastor?
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