martes, 25 de junio de 2013

Otro sin título



Por: Alfredo Jurado
No sé cómo describir esto que voy a decir ahora, porque todo el tiempo pasa y ha sido recurrente en muchas ocasiones y ha pasado más en los momentos de más esplendor que he podido vivir. No deseo volver a caer en el mismo hoyo sin fondo que me atrae en cada momento y que hace que uno reconsidere, significativamente, el valor que tiene la soledad menos preciada en algunos momentos. Basta decir que, las partidas duelen; duelen sobre todo cuando el valor emocional y afectivo es muy grande y cuando la partida corresponde a varios… Uno no muere porque alguien se vaya, o bueno, puede “morir” en su interior y siente que algo ya no podrá estar ahí nunca más “algo” porque “murió”…pero uno en sencillas palabras no muere. Llega a deprimirse bastante, eso sí, y es una depresión que, dependiendo de la persona, será duradera o acabará con la frase: “por lo menos sé que está mejor”. La realidad es que las despedidas duelen y verse marchar a alguien es terrible, porque se sufre lo que todo ser humano sufre: el tiempo. El tiempo es lo que definirá muchas cuestiones cuando el reencuentro, porque se estará tentado con comparar el pasado con el futuro, en un presente ya muy difuso y cuasi alterado, en tensión entre aquello que fue y aquello en lo ha sido ahora. No debería caber la desesperación en un corazón a causa de una ida; no “debería”, pero ocurre. Quizás lo más duro de afrontar una perdida, es porque se entiende, como si fuera una novela, que la parte que a uno le corresponde representar en esa historia, ya ha terminado y quizás no vuelva a aparecer…es frustrante, pero quizá, sólo quizá, valga la pena tener una vaga esperanza.

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