Por: Alfredo Jurado
Tengo
una idea: digámonos mutuamente aquello que sabemos no es verdad, pero que igual
decimos. Pensemos en eso que a cada uno le entusiasma e ilusiona, maquinemos
palabras y versos, caricias y miradas, que nos den señales falsas y que sepamos
cada uno que no son ciertas. Pensemos y soñemos, no en aquello que queremos,
sino en eso que más podría herir al otro. Me parece, no sé: que podríamos
dedicar sonetos, dedicar poemas, frases, canciones y días a cada uno, para que
después los condenemos y los tiremos al resto de la caterva de la historia de
cada uno. Veamos al mundo distinto, observemos detenidamente todo aquello que
al otro entusiasma. Alabemos los días soleados o los que entre nubes se ven
mejor; digamos lo hermoso que se ve la ciudad con la presencia de uno o cómo la
soledad se siente a tanto pulso por la falta que haya. Regalémonos cosas,
démonos todo a cada uno, démonos el mundo, todo, no importa, sólo inflemos el
ego de cada uno con tal de poder seguir el juego de esto. Digámonos cantos,
palabras de aliento y ahínco, acompañémonos en los momentos duros y difíciles,
hagamos sentirle al otro que sin nosotros, no son nadie, que su felicidad es
nosotros y no su ser individual. Reforcemos en nuestros corazones la necesidad
de tener a cada uno al lado siempre, para que las penurias se vayan, para que
el dolor cese y para que el bienestar sea eterno. Sí, hagámonos indispensables
para cada uno, digamos: “no puedo vivir sin ti porque no quiero”. Sí, hagamos
eso: mintámonos a cada uno, a los ojos, frente a frente, sin balbucear y sin
retroceder, sin miedo y teniendo en cuenta que somos dos los que juegan, tarde
o temprano uno perderá. Comencemos: “te quiero”.
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