Por: Alfredo Jurado
Caigamos
en cuenta que: hemos estado mal en mucho tiempo. Sí, entendamos que perdimos y
nos equivocamos en muchas cosas. Que no hicimos caso o le hicimos caso omiso a
las enseñanzas y preocupaciones del macedonio. Nos fuimos a los extremos y nos
dejamos llevar por las ilusiones y los deseos de cuan tanta cosa nueva y nuevo
descubrimiento llegaran a nosotros. Le hicimos más caso a nuestros deseos que a
nuestra razón. Aunque hubo un tiempo en el cual estuvimos de contempladores y
perceptores de un mundo más allá y decidimos poner un freno a nuestras
emociones y encomendarnos a realizar aquella virtud que nos abriera las puertas
de ese maravilloso mundo que escapaba de nosotros. Pero no resistimos nuestros
impulsos y nuestra razón cedió ante la necesidad de escapar y pensar fuera del
canon. Y aunque estuvimos en una era de esplendor y grandes descubrimientos,
caímos de nuevo al no mantener la unidad de la creencia por excelencia. Eso fue
lo que provocó que después todo lo retratáramos con juegos entre luces y
sombras, entre movimiento y calma. Pero luego volvimos a retomar la razón, sí:
la ensalzamos en alto, la pusimos como aquello que más debe importar, pero era
una razón nueva, sin viejos prejuicios, una razón revolucionaria que dio frutos…frutos
que fueron: amargos y dulces. Y después de ello vino la tristeza, la
melancolía, vino la tragedia y el extremismos de sensaciones. Fuimos duros en
todo y cortamos, o por lo menos casi se logra, con la creencia principal. Pero
pasó eso y llegamos a un momento en donde nuestro salvajismo se transformó en rivalidad
y que después del desastre, dejó un mundo loco, llamando a que alguien lo
dominara…y pasó, entre cuatro países y más: mano dura y férrea, que hasta ahora
siguen dando réplicas. Sí, sincerémonos: en algo nos equivocamos.
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