miércoles, 11 de enero de 2012

Nocturno

Por: Alfredo Jurado
La noche tiene, como todos sabemos, un efecto sobre todas las cosas. En los mares, en las plantas, en los propios seres humanos. Mientras que en épocas antiguas se le temía por esconder secretos de la visibilidad del hombre y por la falta de la tan apreciada luz del sol que brinda vida, calor, acogida, y sosiego; hoy, en el siglo XXI, le tenemos igualmente miedo, pero también cariño (algo así como “te odio, pero te amo”), porque en ella se dan las más exquisitas reuniones, las más exuberantes fiestas y rumbas y las más raras, pero interesantes, conversaciones. Precisamente en este diciembre, a pesar de que no viví ninguna exuberante fiesta o rumba, sí viví pequeñas e interesantes reuniones con mis amistades. En una de esas, la cual recuerdo con mucho agrado, me quede en la casa de un amigo hablando hasta las 8 am del día siguiente acerca de muchas cosas junto con el anfitrión y otro amigo más. A la “hamburguesada”, que es como la llamó un amigo nuestro que estuvo ese día, asistimos cuatro personas, de las cuales, tres nos quedamos conversando hasta las más tempranas horas del día siguiente. Fueron conversas de diversas cosas: desde lo sobrenatural, pasando por la mente humana, la confianza en uno mismo y en Dios y, claro, otro tipo de historias que hacían que durara la conversación hasta tan pasado el día siguiente. Si decimos que comenzamos a las 10 pm del viernes y terminamos a las 8 am del sábado, hablamos de 11 horas de hablar y hablar de cosas que uno no hablaría a esas horas. Bueno, reímos, contamos, tomamos refresco, comimos, etc., fue una velada que estoy en verdad muy agradecido por la persona que me invitó y me permitió vivirla. Pero también esa noche me quedé sorprendido porque en ningún momento mi madre me llamó para saber de mi estado… seguramente la estaba pasando igualmente bien esa noche por la reunión que hizo en nuestro apartamento.

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