domingo, 25 de septiembre de 2011

El apamate morado

Por: Alfredo Jurado

Hermosos son los caminos adyacentes a mi hogar. Tienen múltiples colores y sensaciones…diversidad de plantas, edificios hacen que el caminar por las calles sea más llevadero y tranquilo. El sol pega en la cara, pero no molesta y mucho menos encandila, más bien da una visión más nítida del objeto, del ser que se encuentra ahí, quieto, inmóvil, despreocupado de todo inconveniente, ahí estaba el apamate. Ese hermoso y extraño árbol que hace que mi madre se quede sin aliento, dándole gracias al Señor por: “Tan hermoso regalo, ¡Dios, gracias por tan hermoso árbol, con sus hermosas hojas y pintorescos tonos… qué hermoso regalo nos das, DIOS TE LO AGRADEZCO, AY CUÁNTA BELLEZA HAY EN UN SOLO ÁRBOL, QUE HERMOSO!” Sí, mi madre se muere por un apamate, se desenvuelve por uno de ellos. Lo malo es que la cautivan tanto que en una oportunidad en Barquisimeto, dando el mismo discurso mientras manejaba, nos perdimos en una urbanización por la cual estuvimos unos diez minutos dando vueltas… Yo no tengo ningún problema porque mi madre alabe y glorifique las maravillas que da Dios, las entiendo y las sigo…pero no me desenvuelvo ni me quedo anonadado por ello y mucho menos por un pez morado, el cual es otro protagonista en una historia de mi madre y mi padre estando, creo que en Puerto Cabello en dónde mi madre le dice a mi padre: “¡Mira Bernardo, es un pez, un pez morado, que lindo, ¡ay! Todo morado, que lindo!” Mi padre, sin desaprovechar, hizo una comedia por eso, repitiéndole a mi madre el constante color: “¡morado, morado, morado!” con una pequeña morisqueta en la cara. Yo hago lo mismo con el apamate, sólo creo que Shakespeare o cualquier otro dramaturgo hayan hecho una mejor obra de la que yo hice.

No hay comentarios:

Publicar un comentario