Por: Alfredo Jurado
Esa
canción para muchos es un poco ilusa, porque si se desea despedir, si se desea
alejar de alguien, sólo hace falta decir adiós, decirlo y punto. Cuando acaba
el amor, el decir adiós se supone que debería ser simple. Pero qué pasa, como
ahora que hablamos de una relación “amor/odio” con nuestra patria, cuando
queremos decirle a ella: “adiós”. Es difícil; el amor de una persona por su
patria, aún en los momentos más adversos, aún con las mejores opciones, aún
poseyendo la amargura que pueda generar la situación actual, no se va del todo,
ante todo esto, prevalece y prevalecerá siempre. Es un hecho inexorable, aún
con todas las barreras que ha puesto el hombre para negarla, negar el
sentimiento nacional que tiene una persona por su país. Aunque firmemos un
papel de “renuncia”, aunque hablemos otro idioma, aunque tengamos otra casa y
otro estilo de vida en otro lugar ajeno al nuestro, en la persona, en nosotros
siempre estará esa llama, esa luz que nos dice: “Tu hogar es donde diga tu
corazón, pero tu mente te engaña, no es este, es tu lugar de origen”. Pasa
ahora, como pasó en la primera mitad del siglo XX, que por órdenes supremas de
seres incompetentes, acomplejados y llenos de rabia, confundimos el sentimiento
nacional, el nacionalismo, con odio y rencor y violencia. Hoy en día podemos
ver toda clase de incoherencias: desde que somos “soberanos” cuando somos
sometidos por el peor país del mundo que espero pueda sobresalir algún día:
Cuba; hasta ver los grupos terroristas armados que desde el siglo pasado no
habían estado en Venezuela y ahora son un virus, independientemente de donde
vengan, son un virus, pues dañan la estabilidad social de pueblos civiles. En
resumen: si nos vamos pasan dos cosas: volvemos porque escuchamos a nuestro
sentimiento nacionalista o simplemente seguimos nuestro propio bienestar y
decimos finalmente: “para decir adiós, sólo tengo que decirlo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario