Por: Alfredo Jurado
En
estos momentos tal vez Venezuela no sea el mejor lugar para vivir, tal vez no
sea un paraíso terrenal, tal vez ya no sea el país que alguna vez fue: uno
respetado, querido y en algunos casos, “admirado”. Sí es cierto que estamos en
los peores momentos que una nación pueda pasar: experimentamos una especie de
dictadura sin ideología claramente definida, la economía está por el suelo y la
moneda no vale nada, la seguridad es ahora un anhelo porque es su contraparte,
la inseguridad, la que nos azota y nos aniquila más que cualquier otra guerra,
la salud aquí ya no sirve, nada sirve, y puedo seguir numerando problemas, pero
no lo haré para no desalentar. Lo que se habla en un video reciente, acerca de
irse del país y que esto ya es sólo un lugar de despedidas, en cierta medida es
cierto, porque lamentablemente estamos sufriendo una huida de toda clase: de profesionales,
de familias, de amigos, de luchadores, de venezolanos…estamos casi igual que
Cuba. Pero el argumentar que nos vamos o que es de motivo real irse porque no
queremos a nuestra propia nación, el irnos porque ahora las fiestas no son de
reunión sino de despidos, argumentar que nos vamos porque vimos que otros lo
hicieron y que aparentemente les va bien, que nos vamos porque queremos ver que
los demás sufran y hagan después el trabajo de reconstrucción, no es
argumentar, no es razón para irse a algún lugar lejos de la patria que DEBERÍA
ser “siempre” amada, siempre respetada, siempre pensada. Nuestro nacionalismo
ahora se halla confundido y amalgamado con el odio y rencor ante aquellos que
les van bien porque aprendieron sus lecciones históricas. Ya no sentimos,
entonces por nosotros, amor y apego, sino desilusión, rechazo, disgusto,
rencor, temor y desesperanza. Para acabar seco: lo dejo hasta ahora por acá.
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