Por: Alfredo Jurado
De
entre los mejores pesimistas, cualquiera les podría decir que: todo está
determinado, que vamos a un fin inexorable, que cada vez nos preocupamos de lo efímero
de la vida cuando en verdad lo que es seguro es dejar de existir. Vivimos en
algo complejo y extraño que llamo “Teatro vívido”. Todos somos actores. Todos
estamos ensayando nuestro papel con un guión que se halla en blanco el cual lo
escribimos. Y es difícil escribirlo. Para llevar a cabo una “excelente” obra,
hace falta que los hilos narrativos estén en concordancia, en forma lineal, con
el resto de los demás guiones. Vamos descifrando, escribiendo y borrando lo
escrito. Al tener una nueva experiencia la plasmamos en nuestro “guión” y
hacemos que el resto de nuestros actos estén influenciados por las experiencias
tenidas. ¿Sabemos cuál es nuestro destino; tenemos idea de lo que encontraremos
en el futuro; podremos evitar errores del futuro similares a los del pasado
sabiendo que somos el único animal que comete un mismo error más de una vez,
por no decir más de dos veces?¿Sabremos cuánto deberemos experimentar para
decir: “he sufrido” o “soy feliz”? Hallo que, según mi perspectiva, no poseemos
un destino, nunca lo hemos poseído, y si lo poseemos, es uno solo y muchos lo
consideran de diversas formas. Estamos en un teatro, en una obra sin guión
estipulado cuyo nombre nos acongoja y nos hace tener diversas sensaciones,
distintas emociones. “VIDA” es la obra y los escritores, productores,
directores, tramoyistas, maquilladores, etc., etc., etc., somos nosotros, cuyo
único espectador es Dios. Y las cosas que nos asustan, que nos sorprenden, que
nos causan disgusto o gusto, son simplemente los cambios de guión repentinos
que hacen que debamos volver a nuestra actividad fútil: reescribir y reescribir
el guión. Al final, nuestro último capítulo o escena, será determinante, pues
dirá todo lo que pensamos de nosotros. El resto, dirá “qué y cómo éramos”.
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