miércoles, 25 de enero de 2012

Entre las cosas...aún creo

Por: Alfredo Jurado
Revisando y buscando unos guantes en el closet, me encontré un antiguo trabajo del colegio en el cual nos mandaron a hacer un credo personal, un credo que dijera nuestra forma de ser y pensar, algo que reflejara nuestros sentimientos en el momento de la transición de la camisa azul a la camisa beich. Mi credo, se los transcribo, dice algo así: “Creo en lo que voy a escribir en este momento: Creo en Dios, la Virgen María y el santo Padre. Creo en mi familia, en mis amigos y compañeros. Creo en el estudio como fuente de nuevos descubrimientos. Creo en la gente buena (…). Creo en la vida (obvio, estoy vivo) y en el derecho a tenerla. Creo en todos los deberes, pese a que no todos los cumplo. Creo en el universo y el planeta y la realidad como creo en la fantasía. Creo en lo que me gusta y en lo que no. (…) Creo en la libertad y en la democracia, pero no en la tiranía y el totalitarismo. (…) Creo en mi casa como mi fortaleza. (…) Creo en Ciencias y Humanidades, como en que no debería haber tanta diferencia entre ellas. Creo en el prestigio como en el desprestigio y espero nunca aplicar este. Creo que todo lo que he escrito es redundante, pero me da igual ya que es todo lo que creo.” Ahora viéndolo todo en retrospectiva, me doy cuenta que ciertas de esas cosas en las que creía, han sido cambiadas por otras. Esencialmente siguen siendo las mismas, algunas, pero otras ya se reemplazaron. Eso me dice y me demuestra el milagro de la naturaleza y la evolución, porque he podido ver el ser que era hace unos tres años aproximadamente y que ahora es, en muchas cosas, distinto. 

martes, 17 de enero de 2012

Vivo por el Drama

Por: Alfredo Jurado
“Ay, que muchacho tan dramático”, así comenzaría o seguiría la frase de mi madre cuando nos encontramos en algún lugar con alguna amistad. El drama, como parte esencial de mi vida, pienso, me ha ayudado a ver la vida de forma distinta. Muchas personas ven la vida de perspectivas diferentes: Gandhi la veía pacífica, Luther King con un sueño y Louis Armstrong y mi madre de color rosa. Yo veo la vida como un drama. Porque así la sobrellevo, porque me hace gracia, me motiva, me hace reír y llorar, caminar y respirar y sobretodo comer (un gusto muy de lo propio). El drama es para mí lo que el agua es para los peces: aquella energía, sentimiento casi imperceptible, que motiva mi ingenio y mi forma de ser. Tal vez, sí, eso pasa, pueda que exagere las cosas, pero ¿qué es el drama entonces? Para mí, la exageración de forma exponencial de la vida y sus hechos cotidianos. Sin el drama en mi vida, no sé, no podría ser yo, porque a la comedia no me adapto, no estoy para andar siendo un payaso, y el terror no me gusta, me asusta pensar en que puedo asustar a alguien o a mí mismo, por eso el drama me resulta llevadero, porque puede convertir los hechos de la vida, ya de por sí dramáticos y sorpresivos, en hechos aún más sorpresivos y dramáticos, porque, y bien lo dijo una vez mi padre: “Hay veces que la vida misma resulta ser más interesante, más increíble, que la mejor novela nunca antes escrita”, y eso es cierto. La vida sorprende, motiva, aterrar, hace reír y llorar porque es ella misma, porque es aquél bien supremo que se busca así mismo y sólo necesita de algo: del ser humano (con un poco de humor dramático).

miércoles, 11 de enero de 2012

Nocturno

Por: Alfredo Jurado
La noche tiene, como todos sabemos, un efecto sobre todas las cosas. En los mares, en las plantas, en los propios seres humanos. Mientras que en épocas antiguas se le temía por esconder secretos de la visibilidad del hombre y por la falta de la tan apreciada luz del sol que brinda vida, calor, acogida, y sosiego; hoy, en el siglo XXI, le tenemos igualmente miedo, pero también cariño (algo así como “te odio, pero te amo”), porque en ella se dan las más exquisitas reuniones, las más exuberantes fiestas y rumbas y las más raras, pero interesantes, conversaciones. Precisamente en este diciembre, a pesar de que no viví ninguna exuberante fiesta o rumba, sí viví pequeñas e interesantes reuniones con mis amistades. En una de esas, la cual recuerdo con mucho agrado, me quede en la casa de un amigo hablando hasta las 8 am del día siguiente acerca de muchas cosas junto con el anfitrión y otro amigo más. A la “hamburguesada”, que es como la llamó un amigo nuestro que estuvo ese día, asistimos cuatro personas, de las cuales, tres nos quedamos conversando hasta las más tempranas horas del día siguiente. Fueron conversas de diversas cosas: desde lo sobrenatural, pasando por la mente humana, la confianza en uno mismo y en Dios y, claro, otro tipo de historias que hacían que durara la conversación hasta tan pasado el día siguiente. Si decimos que comenzamos a las 10 pm del viernes y terminamos a las 8 am del sábado, hablamos de 11 horas de hablar y hablar de cosas que uno no hablaría a esas horas. Bueno, reímos, contamos, tomamos refresco, comimos, etc., fue una velada que estoy en verdad muy agradecido por la persona que me invitó y me permitió vivirla. Pero también esa noche me quedé sorprendido porque en ningún momento mi madre me llamó para saber de mi estado… seguramente la estaba pasando igualmente bien esa noche por la reunión que hizo en nuestro apartamento.