Por: Alfredo Jurado
Llegan
momentos, instantes oleadas, en que no se está; la presencia física queda, pero
la esencia no se halla, no está presente. Es un momento en el cual la
contemplación de lo infinito no trae ni agravios, ni epifanías ni grandes
explosiones de ideas. Es un momento en el cual sólo queda el caparazón y las
funciones vitales continúan, sin razón aparente, pero con la simple intención
de existir. Se es nada en concreto; se es un idiota con una simple mirada perdida,
que divaga de lado a lado, no en busca de algo tan espectacular como para
romper con preconcepciones, sino simple pérdida de toda conciencia y estado de
presencia. No hay sentir, no hay añoranza, no hay deseos ni esperanzas; no hay
dulces ni dolores; no hay algo, sólo queda nada… Son momentos que pasan tan
fugazmente como vienen; pero la relatividad del tiempo, hace que parezca ese
estado de “no-presencia” un período largo que al volver uno en sí, lo que queda
es desorientación.