Por: Alfredo Jurado
El
no volvernos en nosotros parece hoy en día algo que amerita lucha y fuerza para
sostener el ideal del individuo. Es, realmente, la lucha por sobrevivir y no
ser absorbidos por el conglomerado; es el hecho de aguantar y despertar aquél
estado de individualidad que durante un tiempo, en algunas partes, estuvo
dormido y despierto en otras. El mundo que nos envuelve se cae, o al menos eso
parece ante la perspectiva de algunos cuantos, y se cae porque hemos abrazado
mucho el intento de ser “nosotros” y no el de seguir siendo cada uno cada uno.
Hemos decidido estar con el conjunto, con el todo material, social, para
progresar y dar cara a este nuevo siglo que ya ha entrado a sus primeras
décadas, y en las cuáles intenta: romper con viejos hábitos, pero no halla
nuevos. Ya como masa, nos encontramos desprovistos de seguridad a futuro, es
decir, andamos sin rumbo fijo, sin una meta claramente definida, y con viejos paradigmas
y prejuicios que evitan que nos preveamos un futuro, digamos, más o menos
brillante. Partes de nosotros caen. El mundo anda en desbalance con tantas
cosas sucediendo en tierras orientales y lejanas; con el nuevo continente en
estado de crisis y con viejos enemigos volviendo a emerger y con el despertar
de los nuevos dueños del futuro próximo. Y entonces: ¿qué ha pasado con el “yo”?,
¿a dónde o qué hicimos con él?, ¿por qué somos ahora nosotros? La verdad es
que, ante estas interrogantes, no hay respuestas claras ni precisas. Es más: estas
palabras aquí puestas no son seguras porque: no todos hemos abrazado el ser
nosotros; no todos han tenido la elección de poder seguir siendo “yo”, sino que
han tenido que ser, por las buenas o malas, “nosotros”. El yo, el estado de individualidad…algo
pasa con él, pero: ¿qué?
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