Por: Alfredo Jurado
Vivir
en un paraíso terrenal es algo…extraño, y más cuando has vivido mucho tiempo en
un lugar repleto de situaciones que ameritan que estés alerta. Mi experiencia
en aquél lejano país cuyo nombre no quiero mencionar, no por motivos de
desagrado, sino por motivos de interés propio al causar intriga, fue algo
extraño y excepcional, casi al punto del hastío. Fue algo que me cambió, que me
hizo darme cuenta de cuánto había cambiado y cuánto he cambiado a lo largo de
mi corta vida. Fue algo que me dio luces, me dio intrigas, incertidumbres y
reavivó miedos antiguos que pensaba había superado. El vivir en el paraíso a
todo el mundo le interesa, el sueño de la utopía hecho realidad en un lugar
físico tangible que se puede ver, oler, sentir, aprovechar, etc., es algo que
se añora, y bueno: lo viví, lo sentí, pude ver y tener experiencia de poder
estar ahí, en él. Pero como todo invento humano y como nada es perfecto, tuve
que afrontar hechos y estados que simplemente hacían de ese paraíso, casi, no
una pesadilla, sino un mal sueño. Para empezar, el calor terrible y sofocante
de las primeras semanas que tuve que aguantar día y noche (sin exagerar) hasta
poder conseguir un ventilador que me causara “algo” de frescura, porque incluso
con la máquina encendida, el dormir era algo insoportable y con el calor, más.
Después, el hecho de afrontar el tener que comprar y reabastecerme a mí mismo cada
semana, si era posible, y poder ahorrar bien lo que podía (tarea que no fue
fácil) y también poner a valer mi imaginación para sobrellevar el día. Y por
último, afrontar algo que sí fue lo que más me hizo pensar y reflexionar: la
definitiva de mi soledad allá, lejos de lo que más conozco y lo que más me
entretiene. Estar solo, el hecho de mi soledad conmigo mismo (pese a las
amistades nuevas allá creadas), afrontar que era YO contra nadie, sólo YO.
lunes, 19 de noviembre de 2012
sábado, 10 de noviembre de 2012
El prevalecer
Por: Alfredo Jurado
El
no volvernos en nosotros parece hoy en día algo que amerita lucha y fuerza para
sostener el ideal del individuo. Es, realmente, la lucha por sobrevivir y no
ser absorbidos por el conglomerado; es el hecho de aguantar y despertar aquél
estado de individualidad que durante un tiempo, en algunas partes, estuvo
dormido y despierto en otras. El mundo que nos envuelve se cae, o al menos eso
parece ante la perspectiva de algunos cuantos, y se cae porque hemos abrazado
mucho el intento de ser “nosotros” y no el de seguir siendo cada uno cada uno.
Hemos decidido estar con el conjunto, con el todo material, social, para
progresar y dar cara a este nuevo siglo que ya ha entrado a sus primeras
décadas, y en las cuáles intenta: romper con viejos hábitos, pero no halla
nuevos. Ya como masa, nos encontramos desprovistos de seguridad a futuro, es
decir, andamos sin rumbo fijo, sin una meta claramente definida, y con viejos paradigmas
y prejuicios que evitan que nos preveamos un futuro, digamos, más o menos
brillante. Partes de nosotros caen. El mundo anda en desbalance con tantas
cosas sucediendo en tierras orientales y lejanas; con el nuevo continente en
estado de crisis y con viejos enemigos volviendo a emerger y con el despertar
de los nuevos dueños del futuro próximo. Y entonces: ¿qué ha pasado con el “yo”?,
¿a dónde o qué hicimos con él?, ¿por qué somos ahora nosotros? La verdad es
que, ante estas interrogantes, no hay respuestas claras ni precisas. Es más: estas
palabras aquí puestas no son seguras porque: no todos hemos abrazado el ser
nosotros; no todos han tenido la elección de poder seguir siendo “yo”, sino que
han tenido que ser, por las buenas o malas, “nosotros”. El yo, el estado de individualidad…algo
pasa con él, pero: ¿qué?
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