Por: Alfredo Jurado
Hallo que creo que el hombre del siglo XX, que ahora vive en el siglo XXI, pensó que con todos los acontecimientos ocurridos en los años ochenta y posteriormente en los noventa, la “amenaza roja” estaba dando sus últimos alientos de vida y su despedida. Lamentablemente, mientras esto ocurría en el viejo continente en las lejanas y heladas tierras, los gobiernos de los países suramericanos estaban: por un lado dando sus primeros alientos de libertad, de democracia; pero por otro, en otro específicamente, se daban las primicias de que lo peor estaba por venir e inevitablemente iba a llegar. El país que una vez fue un paraíso de democracia y de prosperidad para muchos latinos ubicado en el norte del continente suramericano, ahora se halla en el estado más deplorable en única comparación con la madre isla del “Rojo” en América Latina, porque todos los demás ahora se hallan en un mejor estado, en mejor progreso, en mejor momento histórico. Creo que todo se pudo ver que la decadencia de nuestro momento se dio efectivamente en los comienzos de los ochenta, y se consumó justamente en estas fechas hace unos diez años e irónicamente se extendió como un cáncer entre muchos otros países que buscan igualar esta nueva “ideología del siglo XXI”. Yo me di cuenta por fin, después de tanto y casi al final, cuando tuve que caminar entre las ruinas de lo que una vez fue el centro de la democracia venezolana, el Centro de Caracas, precisamente en las “Torres que no hacen bulla”. Vi el rededor de lo que ahora es solamente una desgracia y una cuna de todo tipo de males que alguna vez fue lo mejor y lo excelso de nuestro país, la demostración de que sí hay cosas mejores, de que sí se puede. Por lo menos queda el consuelo que eso duró para poder ver lo último y que, espero, podremos ver lo último del que ahora reina en una “y que” República democrática.
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