viernes, 24 de febrero de 2012

La vida es esperar

Por: Alfredo Jurado
Tras estar nuevamente en mi hogar, en mi tierra natal, mi patria, me vienen a la mente todos los hechos que me han ocurrido y me han sido un poco difíciles de digerir hasta ahora. Todas las imágenes de mi mente tienen como principio mi espera en la cola del aeropuerto para chequearnos e ir rumbo a la Tierra de las Naranjas. En ella, sólo recuerdo y pienso en algo: las inscripciones de la universidad. Apenas pensé en eso, me sentí frustrado, pues era mi impotencia ante el conocimiento de mis resultados y de querer ver si habré quedado o no. Entonces, al ver mi frustración y enojo en mi rostro, mi madre decide aconsejarme sabiamente y tranquilizarme, algo que en verdad me puso más molesto y con más impotencia. Entonces comienzo a escribirle a ciertos compañeros que también estaban en las mismas, pero con la facilidad de que ellos podían ver sus resultados. Fue así como comencé a recibir las noticias de los que habían logrado quedar y es cuando mi tensión se hace más aguda. Vienen a mi mente todo tipo de pensamientos e ideas, ideas trágicas, además. Una amiga, que por suerte me ayudó a descubrir lo incognoscible hasta el momento para mí, decide darme la mano y buscar los resultados por mí. Paralelamente a eso, descubro que sin unos papeles y por ser menor de edad por tres meses, no puedo viajar con mi madre. Es cuando ella, con la furia por dentro, decide buscar la manera de encontrar los documentos rápido y preciso, cosa irónica ahora que la veo en retrospectiva. Esperé, creo, unos diez minutos o cinco, entre el encuentro de resultados y los papeles para poder estar tranquilo. Pero así, casi como un golpe en la cara con un balón de fútbol, me llegan ambas informaciones que me dan alegrías inmensas y tranquilidad esperada. Fue así que logré, no sólo salir airoso del momento de espera de los papeles, logré además cumplir un sueño en culminaciones: entrar en la universidad.

miércoles, 8 de febrero de 2012

No quiero ser parte del común

Por: Alfredo Jurado
“Un fantasma recorre Europa…” así comienza la obra de Marx, “El manifiesto comunista”. Ese fantasma, nacido a mediados del siglo XIX, ha logrado sobrevivir y perpetuarse, a pesar de todos los cambios sociales y políticos que se han llevado a cabo tras las últimas décadas del siglo XX a causa de algo fundamental que hace falta en los hombres: la educación. Ciertamente sé, que hay tantas formas de educar como formas de escribir, y hay tantas tendencias como hombres tiene el mundo. Pero digo que esto es primario en un hombre, pues es la educación, la verdadera arma que nos podrá librar del esclavismo, el totalitarismo y la estupidez universal. Tal vez el conocimiento sea infinito y es verdad que está sujeto al designio del hombre, lo cual hace que la educación pueda ser usada de la peor forma imaginable para el infortunio de la humanidad. Pero es ella, y sólo ella, la que nos podrá liberar de todos nuestro males. El “Fausto” de Goethe no debe ser tomado en cuenta, pues habla de sólo un hombre. Yo aquí, hablo de millares de millones de personas, pues juntos, podremos liberarnos de las cosas que nos oprimen gracias a esta especie de regalo divino. El espectro mencionado, ha logrado permanecer porque la humanidad tiene al peor enemigo de la educación: la amnesia de los pueblos. Gracias a ella, se han repetido mil y un veces los mismos hechos en la Historia, independientemente de la ideología que tengan o no. Yo, soy defensor firme de la educación, para que sea usada, no como arma, sino como escudo, como criterio y razón ante lo ridículo y absurdo. Yo digo, que sin educación, jamás podremos salir del hoyo que nos encontramos la humanidad, y más ahora los latinoamericanos. Hay que educarse, hay que aprender, saber, ilustrarse. Si no lo hacemos nosotros, no lo hará nadie, y si no lo hace nadie, entonces: NO QUIERO SER PARTE DE ESE COMÚN. 

miércoles, 1 de febrero de 2012

No sé nada del amor

Por: Alfredo Jurado
En algún momento de nuestras vidas, hemos estado enamorados, tanto verdadera como platónicamente. Llega también ese momento en nuestras vidas en que queremos que nuestra persona amada sepa nuestro sentimiento para con él/ella y decidimos abrirles nuestro corazón, enseñar nuestra verdad, nuestro anhelo. Algunas veces pasa que dichas personas pueden o no querer ese amor, y terminan demoliendo la estatua que de ella/él se encontraba en el centro sentimentalista de nuestro espíritu o terminan haciendo que éste crezca y estalle en alegría por sentirse querido, entendido y necesitado. Pero yo les vengo a hablar más que nada de la respuesta negativa ante el rechazo de nuestro corazón. Resulta y acontece, que por ser yo, una persona que no ha experimentado más allá del amor maternal, paternal o familiar, aún no conozco ni sé, en concreto, nada del amor, sólo conozco el despecho, ese sentimiento profundo demoledor y a veces aniquilador que subyace dormido en el fondo del abismo más inhóspito de nuestro ser y que, al despertarse, puede ser como la peor enfermedad o arma jamás antes creada. Con el despecho vienen siempre las lágrimas, el sudor, el rencor, el perdón y la reflexión, la más importante de todas. Porque, a pesar de que estemos teóricamente derrotados en el campo de batalla del amor y el enemigo no nos deje nada más que escombros, déjenme decirles estimados lectores, que es mejor reflexionar fríamente en qué fue en lo qué fallamos y en qué falló la otra persona, sin llegar, obviamente, al odio, porque sólo así podremos perdonarnos y perdonar a la otra persona, pues comprenderemos la razón de nuestro rechazo y también podremos mejorar y ser mejores amantes, novios, esposos, etc. Y al final, quién sabe, quizás “la canción de algún corazón roto resulte ser nuestra canción favorita” algún día (estrofa de la canción de Dave Matthews: “Funny the way it is”).